jueves, 14 de agosto de 2008

Si, del cielo te caen los clavos…


Un año después: Recordando las heridas del terremoto


Por Cynthia Maraví Oviedo (*)

Había llorado toda la noche anterior, me había echado al lado de mi mamá porque necesitaba que alguien escuche mi enfermizo testimonio, así que una vez más con lagrimas en los ojos le hablé de mi mala fortuna, la misma que yo me había creado, le conté ya casi sin voz que sufría por mi triste vida, por mi falta de emociones, por mis días adormecedores, y así entre quejidos tontos y típicos de quien lo siente todo y ya no sabe que inventar para seguir viviendo, me quedé dormida.
Amaneció distinto ese día, yo sentí un aire consolador alrededor mío, y una vez más sonreí porque después de haber renegado toda la noche, ya me sentía feliz, así fueron pasando las horas, hasta que el reloj marcó las siete de la noche, menos un cuarto de hora o algo por ahí, después de eso todo cambió.
De pronto sentí un ruido ensordecedor y un movimiento brusco que me obligaron a levantarme de la cama, salí corriendo espantada, y me espanté aún más cuando se apagaron las luces, luego por fin después de tropezones, caídas y conteos rápidos de todos los que nos encontrábamos en la casa pudimos salir,
En la calle todo estaba peor, la gente gritaba, lloraba y el ruido de las cosas cayéndose empañaba más el panorama, hasta que por un milagro por el que todos rezábamos todo se detuvo, cesó el ruido, cesó el movimiento, pero aumentó el pavor, las ansias, todos cogían sus teléfonos para comunicarse con las personas de las que no sabían nada, pero era inútil, nada funcionaba en ese momento.
Esa noche dormí triste, lloraba despacito para que nadie se diera cuenta que me moría de miedo, escuchaba las noticias bajito, en un radio a pilas para no despertar a nadie, pensaba en la gente que conocía, y que no vivían en Ica como yo, escuchaba que Pisco estaba peor, que Chincha estaba desaparecida, y yo que conocía gente en esas ciudades no pude dormir tranquila esa noche. Dos días después me tocó viajar a Pisco, fui preparada porque las noticias hablaban de muchas víctimas, de heridos, de muertos, de casas derrumbadas, según yo fui preparada, pero la realidad me golpeó fuerte, ningún testimonio puede encerrar todo el dolor que ese día vieron mis ojos:
Vi a mujeres con el rostro desencajado tratando de cocinar algo para los suyos, vi a niños corriendo de un lado a otro sin encontrar un lugar donde reposar sus miedos, vi casas completamente destruidas, postes caídos que ya estaban al borde del suelo, cerámicas rotas, paredones que existieron, tejados agrietados, vi perros que no habían podido huir y que yacían muertos como guardianes fieles en las puertas de sus hogares, calles que fungían de velatorios porque vi a mucha gente despidiéndose de sus muertos, mas allá por la Plaza de Armas vi a la gente divagar embobada, ellos habían sobrevivido pero parecían estar bajo el halo de la muerte porque tenían esa dureza que solo tienen los que ya no están entre nosotros, vi a rescatistas que buscaban cuerpos debajo de la iglesia, vi como se agotaba la esperanza de encontrar algún sobreviviente, vi muchos cuerpos tendidos en el suelo de la plaza, vi almas destrozadas de gente que encontraba en ellos algún familiar, vi angustias, temores enmascarados, vi a la inocencia despedirse de la gente, vi al odio sumiso ante tanta desgracia, vi ganas de zafarse, de correr, vi a los cinco sentidos despabilados, vi sangre seca, entierros rápidos, llantos agotados, ojos tristes, corazones fracturados, vi manos heridas que raspaban la tierra, vi cuerpos trémulos que socorrían, vi que alguien había sembrado en una macetita semillas de resignación, vi que en los corazones de la gente se cultivaba el consuelo, la resistencia, la existencia…
Vi demasiado poco ese día, y sin embargo para mi fue demasiado, no creo poder ver algo mas tétrico jamás, y no creo volver a sentirme tan indefensa y tan impotente como aquella vez, aquella vez donde al llegar a casa me sentí estúpida por haber llorado por cosas vanas la noche anterior al terremoto, aquella vez donde ni siquiera tuve ganas de hablar, aquella vez donde sentí pavor por las réplicas que sacudían Pisco, aquella vez donde después de largas colas por fin pude subirme a un ómnibus e irme a casa, aquella vez donde al caer la noche solo atiné a dormir.
(*) cynthiam68@hotmail.com

sábado, 2 de agosto de 2008

"Las flores que me gustan"

¿Yo también me llamo Perú?


Cynthia Maravì Oviedo(*)

23 años de Costumbres que se de memoria, 23 años de huelgas en los ministerios, 23 años de ceviche picante, 23 años de gente que patea latas, madres con hijos en las espaldas golpeando ollas vacías, 23 años oyendo canciones de gente que suspira en los puentes, 23 años y algo más frustrándonos porque no vamos a un mundial, 23 años de guapos y guapas elegidos entre compadres y comadres que nos representan en el exterior, 23 años empujándonos en las combis, 23 años de Bryce, de Vallejo, de Ribeyro, …y mejor no sigo, 23 años de presidentes que se creen príncepes, de gatas que se creen princesas, de sapos que se creen galanes, 23 años oyendo a nuestros viejos cantar “ Yo también me llamo Perú” ( hoy me incluyo en ese grupo), 23 años viendo que la gente sigue huyendo, sigue corriéndose de este país, 23 años y veo como esa gente regresa, ( entonces tan mal no estamos), 23 años de folklore que nos pone la piel de gallina, 23 años de billeteras robadas, 23 años de sobrinos enamorados de simpaticonas tías julias, 23 años de rituales que le sacan el alma a uno, 23 años de callecitas llenas de basuras o envolturas, 23 años de placitas llenas de enamorados, 23 años de chicos peruanísimos que nos dejan, 23 años de chicos que vuelven, 23 años de mazamorras en cada esquina, 23 años de locos en cada esquina, 23 años de amigos reunidos tomando pisco, 23 años de amigos reunidos por que no tienen nada que hacer, 23 años sin chamba, sin plata, sin dólares, sin euros, 23 años de fiesta con cajón, con huaynos, con incas, con ruinas, 23 años y sigo aquí en la misma ciudad, en el mismo país, enamorándome cada día más de mi suerte, de mi mala suerte, de mi destino bajo algún jardín donde me llegue la sombra de un huarango, 23 años y no quisiera mover ni un dedo de este lugar jamás, 23 años y aún tengo ganas de fumarme un cigarro viendo un atardecer en huacachina.

Cuantas ganas tengo de sentarme en cada monumento y bailar sobre él, jamás por falta de respeto, solo por simple felicidad, por el simple hecho de volver a los días del pasado, cuantas ganas de zurcir con hilos blanquirojos cada herida que se me va abriendo, cuantas ganas de tatuarme mi origen en el tobillo izquierdo, cuanta pena por tener que despedir cada cierto tiempo a quien más queremos en algún aeropuerto, cuanta rabia por no sentir el apoyo en nuestra propia casa, en nuestro propio país, cuantas ganas de pintar un graffiti que diga que no es justo, que todos los que se han ido, deben volver, que aquí los necesitamos más que allá, que acá los queremos más, que acá los querremos siempre, que ganas de gritarle al mundo que Latinoamérica sigue viva, que sigue de pie, que nada la puede tumbar, que nada puede acabarla, que necesidad de hacer propaganda para que sepan todos que seguimos aquí, esperando y luchando para no tener que irnos llorando de impotencia, por que siempre es mejor quedarnos en casa llorando de tanta risa.

23 años, y la luna sigue saliendo cada noche, 23 años y aun mi rosal no tiene rosas porque las arrancan, 23 años y aún me invitan a presentaciones de libros, 23 años y aún no hay quien compre esos libros, 23 años y sigo yéndome a Lima en un bus que cada día cobra mas caro, 23 años y cada vez hay más autopistas, 23 años y todo sube de precio, 23 años y la chela cada día esta más barata, fregados estamos, pero salvados también, miles de motivos tenemos para no seguir, y millones para continuar, podremos estar desesperados , hastiados, pero no hay fin de semana que no tengamos fuerzas para salir a tonear, podremos llorar porque extrañamos a algún primo, algún tío, alguna amiga, algún amor que se ha ido de este país, pero también sabemos que debemos reír porque van a volver, podemos odiar este país, avergonzarnos, enorgullecernos, emocionarnos, enojarnos, pero al final siempre terminamos en algún karaoke pidiendo lo que antes cantaban nuestros viejos, esas canciones criollas de sus épocas, esas que cuando estás fuera de casa te hace llorar.

Tengo 23 años vividos aquí, y me sé de memoria las heridas mal curadas, y las glorias de este país, tengamos paciencia pues, al fin y al cabo somos de acá, además podrá faltar de todo, pero como se habrán podido percatar en este mi escrito, por lo menos equilibrio si hay.